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“Hacia la Argentina del Bicentenario”

El laico ante los desafíos del siglo XXI

Por Mons. Josef Clemens, Secretario del Consejo Pontificio para los Laicos

Buenos Aires, 9 de octubre de 2005

Estimados hermanos en el ministerio sacerdotal y episcopal,

queridas hermanas y hermanos:

Agradezco muy cordialmente esta invitación de la Conferencia Episcopal Argentina a participar en el Congreso Nacional de Laicos.

Permítanme transmitirles a todos ustedes los saludos y buenos deseos del arzobispo Stanislaw Rylko, presidente del Consejo Pontificio para los Laicos, así como de todos los colaboradores de este Dicasterio, que a nivel de la Iglesia universal se encarga de fomentar la participación de los laicos en la vida y misión de la Iglesia.

Conforme a la propuesta de la Exhortación apostólica postsinodal “Ecclesia in América” (1999) del Papa Juan Pablo II, he querido delimitar el tema “El laico ante los desafíos del siglo XXI” (veintiuno ) a los desafíos del apostolado de los laicos en el área sociopolítica, considerando especialmente urgente supuesta en práctica (n.44).

El próximo 18 [ dieciocho] de noviembre conmemoraremos el cuarenta aniversario de la aprobación del decreto del Concilio vaticano II “Apostolicam actuositatem” (1965). Una reflexión sobre los desafíos, a los cuales se ven expuestos los laicos del siglo XXI [veintiuno], no puede pasar por alto este documento que abre caminos sobre todo en esta conmemoración particular .

Cabe mencionar, además, otra importante toma de posición del magisterio, la Exhortación apostólica “Christifideles Laici” (CL) de Juan Pablo II (1988), que tiene su origen en los trabajos del Sínodo de Obispos “vocación y Misión de los Laicos en la Iglesia y en el Mundo” ( 1987).

Quisiera comenzar esbozando una descripción de los cambios de los últimos cuarenta años.

I. Intento de un análisis

a. Aspectos del desarrollo del apostolado de los laicos

El tiempo a disposición no nos permite echar una mirada retrospectiva exhaustiva al crecimiento extraordinario del compromiso de tantos laicos en tantos ámbitos de la vida eclesial, al origen de nuevas comunidades eclesiales y movimientos ya los numerosos estudios teológicos y canónicos respecto a la posición de los laicos después del Concilio Vaticano II. Quisiera adelantar que, en retrospectiva, podemos presentar un ba lance muy positivo de los últimos cuatro decenios en cuanto a la calidad. Tampoco queremos pasar por alto, que en cuanto a la cantidad hay que constatar considerables disminuciones en algunas asociaciones y organizaciones.

Respecto al desarrollo positivo quisiera mencionar las siguientes palabras clave: toma de conciencia exhaustiva de la dignidad de los laicos, de su vocación y misión específicas -redescubrimiento del sacramento del bautismo y de la confirmación -aumento de la toma de responsabilidad en la Iglesia -establecimiento de consejos de laicos parroquiales, diocesanos y nacionales - participación activa y compromiso en la liturgia y catequesis (lectores, ministros extraordinarios para distribuir la comunión, catequistas, ayudantes en las clases de primera comunión y confirmación) -el surgir de nuevas comunidades eclesiales y movimientos -aumento del voluntariado –incremento del contacto e intercambio internacional -presencia más notable de las organizaciones católicas de laicos a nivel internacional (OIC).

En cuanto a los aspectos más bien negativos, cabría destacar: crisis de identidad de algunas asociaciones tradicionales -disminución del número de miembros -escisión de asociaciones -tensiones entre los movimientos y nuevas comunidades y las estructuras parroquiales y diocesanas - consecuencias de la falta de sacerdotes -disminución de la asistencia a misa - concentración de la discusión en las cuestiones internas de la Iglesia (participación en las decisiones, ministerios confiados a laicos, sacerdocio de la mujer). Esta concentración en las cuestiones intra-eclesiales ha causado una falta de testimonio fuera del ámbito de la Iglesia.

[A mi juicio, algunas de las nuevas comunidades y movimientos eclesiales dan una cierta respuesta a algunos puntos débiles de las asociaciones laicales tradicionales. Muchas de estas nuevas iniciativas muestran a menudo un perfil claro, intentan una concentración de las fuerzas, ofrecen una preparación y formación continuada sólidas, tienen un empuje misionero y emprenden nuevos caminos de evangelización. Ciertamente, las nuevas comunidades y movimientos se diferencian mucho, presentan entre ellas estructuras totalmente distintas y diferentes acentuaciones “ de contenido “.

Pero lo que les es común a todos es un profundo anclaje espiritual en la fe, una disposición extraordinaria para entrar en acción y una fuerza misionera, y la voluntad de vivir y trabajar en estrecho contacto con los obispos y sacerdotes . Tampoco hay que negar que también aquí puede haber problemas en la cooperación y dificultades iniciales.]

b. Desarrollos sociopolíticos generales

Dirijamos una segunda mirada a los cambios sociopolíticos “occidentales” desde el Concilio Vaticano II ya los desafíos que de ahí se derivan para los laicos.

I.          Secularización progresiva en casi todos los ámbitos de la vida -descristianización progresiva de las bases de la sociedad en el derecho penal y en el derecho de familia ( aborto, eutanasia, homosexualidad, divorcio) como también las cuestiones de la bioética (investigación de las células madre, inseminación artificial, clonación).

2.         Disolución progresiva de las estructuras clásicas de la familia, es decir, propagación de nuevas formas de cohabitación (matrimonio a prueba / a plazos, uniones homosexuales, parejas que viven solas, disminución del número de hijos, envejecimiento de la sociedad occidental).

3.         Crisis de los sistemas sociales y del estado del bienestar ( desempleo, prevención de enfermedad y subsidio de vejez).

[A nivel internacional se suman los siguientes factores de desarrollo:

1.         Aumento de la competitividad de repartición e innovación de la economía mundial; lucha mundial por los recursos naturales (petróleo, gas, metales nobles).

2.         Supresión del conflicto este-oeste.

3.         Puesta en marcha de múltiples focos de nuevos conflictos regionales.

4.         Aumento del desnivel norte-sur ( crecientes movimientos migratorios ).

5.         Propagación continua del hambre y las enfermedades (SIDA).

6.         Aumento del terrorismo y de la xenofobia.

7.         Incremento de las tensiones de índole ético y religioso (Islam, budismo ).

8.         Aumento del turismo de masas a nivel mundial.

9.         Creciente importancia de los medios de comunicación de masas (televisión, radio, prensa, Internet).]

c. Aspectos sociopolíticos específicos de la situación en América

Además de esta visión de conjunto quisiera nombrar algunos ámbitos problemáticos del continente americano, tomando como referencia la Exhortación apostólica Ecclesia in América. Ahí se enumeran positivamente el creciente respeto de los derechos humanos y el aumento de las estructuras democráticas que ello conlleva, en cambio se valoriza en modo más ponderado el fenómeno de la globalización. Por el contrario, se aducen como perjuicios más importantes la urbanización creciente, el desempleo, la deuda externa, la corrupción, el comercio y consumo de drogas, la carrera de armamentos y el perjuicio para el medio ambiente.

II. Consecuencias

Basándonos en este trasfondo esbozado esquemáticamente, elaboraremos un núcleo al cual podrán hacer referencia los desafíos que se tienen que afrontar y del que se deducirán las prioridades para nuestro compromiso de hoy. Para ello he escogido, siguiendo la Exhortación apostólica Ecclesia in América, tres campos centrales que requieren un inmediato y constante empeño. Me refiero a la cuestión de la dignidad de la mujer, como también al ámbito del matrimonio y la familia y la preocupación por la protección de la vida. De ello se deducen las iniciativas del compromiso político del católico en la vida pública y una llamada al testimonio del “plus christianum”.

En vista de los desafíos que tenemos ante nosotros, quisiera, sin embargo, proponer dos pasos preliminares:

I. La concentración de las energías

La crisis de la vida eclesial en muchos países durante los últimos cuarenta años ha llevado a una cierta paralización y resignación del apostolado seglar. Por ello quisiera, en primer lugar, sugerir que hagamos una especie de descripción de las posibilidades que se dan en cuanto a la temática objetiva ya lo personal. Podemos constatar, agradecidos, que hoy en día muchas personas se comprometerían con la fe y la Iglesia, si alguien se dirigiera a ellos. Por eso hay que desarrollar una pastoral del “ir-hacia “ los hombres (cardenal Joseph Höffner ), puesto que la actitud transmitida del “ven-hacia-aquí “ ha resultado infecunda.

Sobre la base de esta descripción y de la iniciación simultanea de nuevos caminos, es preciso concentrar todas las energías para emprender una reflexión hacia lo esencial y lo propio de la aportación del cristiano en el discurso y en la acción social. Para esto se requiere una unidad interior y una cooperación intensa (“acción concentrada”) de todos los implicados en la Iglesia en el ámbito sociopolítico. Pienso en la unidad con la Jerarquía de la Iglesia y en la colaboración de las asociaciones laicales, comunidades eclesiales y movimientos.

Muchas personas esperan una respuesta cristiana a las cuestiones apremiantes de nuestro tiempo. Atribuyen a la Iglesia una gran competencia y un supra-partidismo de principio y confían más en ella que en otras instituciones. Aquí está la gran oportunidad de una comunidad de fe que abarca todo el mundo, es decir, que es católica porque puede hablar en todas partes a una voz y puede dar una respuesta válida y objetiva. Su catolicidad le confiere una gran independencia frente a las autoridades políticas locales, nacionales e internacionales. ¡En la competición actual de ideas y ofertas de sentido sin duda no hay razón para un sentimiento de inferioridad cristiana! Deberíamos elaborar un marcado perfil cristiano y presentarlo con humildad, pero también con valentía “ad extra”.

[Precisamente los acontecimientos en torno a la enfermedad y muerte del Papa Juan Pablo II ya la elección del Papa Benedicto XVI [ dieciséis] nos han mostrado el prestigio de que goza el papado, y con ello la Iglesia católica, en todo el mundo, también en nuestros tiempos. ]

2. El studium de los fundamentos teológicos

Mi segunda propuesta indica que no deberíamos emprender solamente una “relectura “ de los documentos citados, sino que deberíamos seguir “ conversando “ con ellos. Las afirmaciones del Concilio Vaticano II como también las propuestas de las Exhortaciones apostólicas postsinodales arriba citadas (CL, EA) nos proporcionan también hoy un excelente fundamento teológico para la reflexión y un estímulo práctico para el compromiso apostólico de los laicos.

Además quisiera indicar que desde el año 1993 tenemos en el Catecismo de la Iglesia Católica una valiosa ayuda y un válido punto de referencia para nuestra reflexión personal y trabajo de formación, así como en el momento en que tenemos que tomar partido en la vida pública. En este texto no encontramos una intervención al lado de otras muchas, sino una extensa descripción oficial de la doctrina vinculante de la Iglesia. El compendio del Catecismo, recientemente publicado, facilita además esta tarea.

Sólo cristianos bien formados pueden resistir al fuerte viento en contra de la sociedad y dar razón de la fe (cfr. lPe 3,15) en el diálogo con las sectas, que están irrumpiendo en el continente sudamericano. Al mismo tiempo el Catecismo y el Compendio nos brindan la oportunidad de hablar literalmente a una voz a nivel mundial sobre cuestiones importantes, circunstancia que además confiere claridad y fuerza de convicción a la aportación de los cristianos católicos.

a. La Iglesia como Communio misionera

Algunas palabras a modo de fundamento teológico del apostolado seglar misionero. Bautismo y Confirmación son el fundamento del ser miembros de la Iglesia y con ello de todo actuar apostólico. Todos los miembros de la Iglesia han entrado en la comunidad de los fieles por medio del bautismo, todos están llamados al apostolado. El sacerdocio ministerial está destinado básicamente al servicio de la comunidad de los fieles. Respecto a esto son fundamentales las afirmaciones del Concilio Vaticano II: “En la Iglesia hay variedad de ministerios, pero unidad de misión”.l

Esta perspectiva es de gran importancia para el apostolado de los laicos y para la superación de los desafíos que se nos presentan. Comienza con la común misión de todos los bautizados, es decir, todos los bautizados están llamados a proclamar la fe con la palabra y con los hechos. Según el decreto sobre el apostolado de los laicos, la relación entre la Jerarquía y los laicos no es de competencia o dependencia, sino de recíproca complementariedad y ayuda.

¡Ministros ordenados y laicos no se miran unos a otros, sino que ambos ponen juntos la mirada en los desafíos que conjuntamente deben superar!

[El Concilio propuso nuevas estructuras ( consejos parroquiales, diocesanos y nacionales) para la institucionalización de la corresponsabilidad y participación de los laicos, que están presentes en todas partes y que han demostrado su eficacia. En los últimos decenios en muchos países se han iniciado amplios debates sobre las estructuras eclesiales. Esta discusión, mantenida sobre todo en la perspectiva del poder y de la distribución del poder, de “arriba y abajo”, en la confrontación de “clero” y “laicos”, paraliza nuestro compromiso y está teológicamente mal concebida.]

b. La imagen cristiana del hombre y su historia de actuación

Según la CL la aportación decisiva de los cristianos consiste en hacer destacar en el diálogo público nacional e internacional la imagen cristiana del hombre con su visión del mundo sobre el valor y la dignidad de la persona: “Redescubrir y hacer redescubrir la dignidad inviolable de cada persona humana constituye una tarea esencial; es más, en cierto sentido es la tarea central y unificante del servicio que la Iglesia, y en ella los fieles laicos, están llamados a prestar a la familia humana”2. ¡Éste es el principio de nuestro compromiso social y la llamada central para todos nosotros!

El Catecismo nos recuerda el motivo: “La dignidad de la persona humana está enraizada en su creación a imagen y semejanza de Dios”3. En esta expresión cristiana de la dignidad de la persona humana se cruzan una dimensión horizontal y otra vertical. ¡Todos los seres humanos son hijos de Dios y, por tanto, hermanos y hermanas entre ellos! Este fundamento antropológico posee una dinámica interna, porque tiene una concordancia profunda con el “humanum”, con lo que es necesario para ser un ser humano auténtico.

No sólo yo poseo esta dignidad sino que ésta sirve para todos los seres humanos. Ella no es sólo un escudo de protección para mí (“derecho '), sino que lleva en sí misma una dimensión social (“deber'). En este sentido, dice el Catecismo: “La igual dignidad de las personas humanas exige el esfuerzo para reducir las excesivas desigualdades sociales y económicas; impulsa a la desaparición de las desigualdades inicuas”4.

Tenemos que constatar de modo realista que, aunque se utiliza la misma expresión (“dignidad del hombre '), su contenido no concuerda en el actual debate de las ideas. La pregunta decisiva es: ¿ Qué consecuencias tiene esta declaración sobre la dignidad del ser humano en el ordenamiento jurídico, en la vida cotidiana sociopolítica?

En muchos de los “proyectos de reforma” políticos actuales, es decir, proyectos de ley, se hace manifiesto el distanciamiento de una antropología equilibrada e inspirada en el cristianismo. Muchas propuestas de la llamada “modernización” de nuestro orden social y de derecho se distancian imperceptiblemente de este marco y de las categorías antropológicas básicas que se derivan del cristianismo. Muchas “reformas” sociopolíticas están profundamente insertadas en el “tejido social” de la sociedad. Sin embargo, son el resultado de “análisis momentáneos”, de proyectos orientados por una “ideología”, es decir, la consecuencia de un compromiso entre los partidos políticos.

Como consecuencia de este desarrollo, la visión del hombre cristiano y las consecuencias jurídicas y socio políticas que derivan de él son relegados a un lugar donde no sólo aparece como una respuesta entre otras, sino que es presentada como una opinión particular de dificil transmisión. A la postura cristiana le dan un rol de marginado, el rango de una opinión más bien tolerada, incluso se la clasifica como una postura extrema (“fanatismo religioso”), cercana al tan temido “fundamentalismo”. Quien intercede consecuentemente a favor de los derechos fundamentales (p.ej. el derecho a la vida), en la discusión actual fácilmente estará bajo la sospecha de ser un “fundamentalista”.

[En último término, el debate sobre la Constitución Europea ha demostrado qué débil se ha hecho la conciencia cristiana ( de la Historia) en Europa. En esta discusión fue la opinión francesa sobre la necesaria “laicidad” del estado una de las fuerzas motrices. Esta mentalidad, o esta ideología, se extiende actualmente también a otros países y continentes, es decir, es resucitada de nuevo después de años de reserva. Piensen en las discusiones políticas de los últimos meses en España, que fueron comentadas por un cardenal de la Curia Romana con la expresión de “laicismo fundamentalista “.]

Deberíamos analizar el desarrollo señalado y advertir sobre las consecuencias a largo plazo. Muchas personas han olvidado que nuestra forma de Estado democrático y nuestro nivel social están sostenidos por una síntesis “concentrada “ que ha sido influenciada en modo decisivo por la visión cristiana del ser humano. Se trata de un proceso largo y difícil en el que se han fundido convicciones cristianas básicas. De esta síntesis “concentrada” no se pueden extraer elementos individuales (como p.ej. sólo derechos personales o servicios estatales). Hay que observar las condiciones éticas en las que se basa este nivel de vida social y de derecho. Dentro de estas condiciones, la imagen del hombre que sirve de base, es el punto de referencia decisivo.

Nos encontramos ante el gran desafió de referimos a la historia “concentrada” de la fe, con el concepto del ser humano. Tenemos que explicar que en los numerosos “logros” de nuestra época se trata de las consecuencias de este concepto específico del ser humano.

Tenemos que aspirar a que esta herencia valiosa sea descifrada, para que sea reconocida en sus fundamentos e implicaciones éticas.

En el mencionado proceso del desarrollo, la fe cristiana no exige tener el monopolio, pero sí se considera una de las principales contribuciones, si no la decisiva. La revelación en Jesucristo rompió fronteras y superó muros que no fueron capaces o no estaban dispuestos a romper ni la antigüedad grecorromana ni el judaísmo. El ofrecimiento universal de salvación en Jesucristo y la dignidad universal del ser humano están relacionados estrechamente. La preocupación de Jesucristo valía tanto para los hombres como para las mujeres, para pobres y ricos, jóvenes y viejos; sí, su actuar estaba destinado preferentemente a los marginados y postergados. Estos “ elementos revolucionarios “ de su mensaje y su actuar no permanecieron sin consecuencias en el marco sociopolítico.

A quien esta exposición le parezca como una construcción ulterior ,debería echar una mirada atenta al mundo. Pobreza y hambre también son las consecuencias de una imagen humana equivocada o incompleta: quien no pueda ser mi “hermano” o mi “hermana”, a ése no le debo ni respeto ni ayuda.

A quien no se le puede “tocar”, ése jamás podrá ser un miembro con todos los derechos del “pueblo” en el Estado democrático.

[Incluso las posturas opuestas a la imagen humana' en cierto sentido viven de las intuiciones fundamentales cristianas. No obstante, tenemos que reconocer que se han desarrollado alternativas a la visión cristiana, o contra ella, porque ésta era apenas reconocible en la vida de los cristianos o no tuvo ninguna consecuencia. Igualmente tenemos que admitir que en los dos mil años de Historia los creyentes no siempre han permanecido fieles a la imagen cristiana del hombre. No hay que negar que ha habido recaídas hacia este grado de conocimiento, que ha habido pasos atrás y abusos a lo largo de la Historia.

¡Pero siempre ha sido válida la imagen fundamental! Ha habido tiempos en que ha permanecido oculta, pero permanentemente ha sido un punto de referencia al cual todos por principio se podían remitir. Ha permanecido presente en todo momento como modelo -como un espejo o como la espada de Damocles - juzgando en silencio todo abuso. ]

En la forma democrática de Estado no se trata en primer lugar de un “mecanismo de participación “ de todos los ciudadanos (p. ej. elecciones), sino que se caracteriza sobre todo por los requisitos éticos y depende de ellos. La democracia depende de la participación responsable en el bien común de todos sus ciudadanos, presupone una percepción responsable de los derechos y el cumplimiento de los deberes civiles.

Hoy en día podemos observar en muchos países de Europa que p.ej. el Estado social amenaza con derrumbarse sin la utilización responsable de sus servicios. Desde el punto de vista de lo que se espera de los ciudadanos, la democracia es la forma más exigente de sistema político.

Como fieles cristianos damos un servicio irrenunciable a nuestra sociedad ya la familia humana si contribuimos intrépidos en el debate público con una imagen equilibrada y completa del hombre. Si miramos atentos alrededor nuestro, entonces descubrimos que hay otras .respuestas, otras imágenes del hombre, otros modelos de vida. Quien ha viajado algo por el mundo sabe qué tristes imágenes existen en nuestro tiempo presente y no sólo en la “tenebrosa Edad Media”. Es espantoso tener que constatar que siguen existiendo la esclavitud y la servidumbre feudal, los sistemas de castas tolerados por el Estado, con personas de tercera y cuarta clase, la explotación y las torturas. Tenemos que reconocer que la irrupción cristiana hacia la misma dignidad de todas las personas no ha sido seguida por todos, es más, que se ha eludido y aún se sigue pasando por alto.

Esto no es una llamada a la lucha de culturas o religiones, sino una llamada a la gratitud ya la toma de conciencia de una gran herencia, puesta también en nuestras manos. ¡Es una llamada a la reflexión sobre cuáles son nuestras raíces espirituales y culturales! Deberíamos tomar más conciencia de nuestra propia responsabilidad en nuestro tiempo presente y asumirla dentro de nuestras posibilidades como ciudadanos corresponsables y cristianos activos.

[Una observación exhaustiva de los focos de tensiones de nuestro tiempo revela que en último término éstos tienen su origen en la privación o restricción de la dignidad humana del presunto “enemigo”; es decir, a la otra persona por principio no se le concede la misma dignidad que yo reclamo para mí. Esta discriminación puede basarse en el sexo, en el color de la piel, en la religión, en la pertenencia a una tribu o en otros factores. Pero ciertas discriminaciones y violaciones de la dignidad del hombre también se pueden dar en el propio grupo cuando se trata de los ancianos y enfermos, de las viudas o los huérfanos] .

[ Aquí radica el último motivo de las guerras y el terror, de lo cual somos hoy testigos: jes el desprecio de la dignidad de la otra persona! Es ilusorio creer que despreciando esta dignidad, pudiera haber un duradero progreso económico y social. No se consigue una paz permanente en el marco estatal e internacional si no se respeta la dignidad de todos los hombres. Se puede tener la impresión que en el juicio político y los así llamados foros de paz se hace la diferencia entre guerras  “permitidas” y “no permitidas”. Se clasifican los conflictos bélicos en aquéllos que son “justificables” y que merecen una atención o una condena internacional, y en los que no son tan importantes y de los que más bien se debería pasar por alto. También aquí los cristianos deben ponerse en pie y subrayar que todos los seres humanos tienen un mismo derecho a vivir en paz, y que la paz es para todos los hombres el fruto de una verdadera justicia. ]

III. Áreas actuales de conflicto o de compromiso

I. La dignidad de la mujer

En el debate mundial sigue existiendo un área de conflicto en la determinación del rol de la mujer y de la relación entre los sexos, y de las consecuencias que se derivan para el matrimonio y la familia. Comienzo con este campo problemático porque aquí destaca particularmente y en modo claro el contraste entre la visión cristiana y la opinión no cristiana.

En la antropología cristiana la igualdad entre hombre y mujer son un principio fundamental. Al respecto, la CL dice: “Sólo el abierto reconocimiento de la dignidad personal de la mujer constituye el primer paso a realizar para promover su plena participación tanto en la vida eclesial como en aquélla social y pública.” 5

El comportamiento de Jesucristo para con las mujeres y la praxis de la Iglesia primitiva fomentó el éxito de esta nueva actitud. El Papa Juan Pablo II dice en su Carta apostólica sobre la dignidad de la mujer: “Jesús de Nazaret confirma esta dignidad, la recuerda, la renueva y hace de ella un contenido del Evangelio y de la redención”.6 Esta actitud profética de Jesucristo debe permanecer y ser acentuada hoy ampliamente como una exigencia irrenunciable. Jesucristo derribó fronteras y muros, le proporcionó a la mujer un lugar con los mismos derechos. En un mundo que crece cada vez más estrechamente, la visión cristiana de la dignidad y el valor de la mujer se enfrentan agrandes desafíos.

[Por su actualidad me remito al documento publicado hace un año por la Congregación de la Doctrina para la Fe sobre la “Colaboración del hombre y la mujer en la Iglesia y el mundo”, en el que se exponen los fundamentos de la antropología bíblica en el trasfondo del desarrollo actual. Ahí se dice: “ Ante todo, hace falta subrayar el carácter personal del ser humano. “(...) El hombre - ya sea hombre o mujer- es persona igualmente; en efecto, ambos, han sido creados a imagen y semejanza del Dios personal'. La igual dignidad de las personas se realiza como complementariedad fisica, psicológica y ontológica, dando lugar a una armónica 'unidualidad' relacional.”7]

La actual discusión pública en el mundo occidental puede dar la impresión que por principio exista un enfrentamiento (“competencia o venganza “) de los sexos y que la diferenciación desde la creación de los sexos se pueda reducir a un rol. En este sentido hombre y mujer serán “iguales” cuando ambos hagan lo mismo. Frente a esto, la antropología cristiana insiste en una relación equilibrada y armónica de la complementariedad recíproca y del relacionarse con respeto, teniendo ambos una misma dignidad en cuando a sexo.

2. El modelo de matrimonio y familia

Otro centro de las discusiones sociopolíticas consiste en el campo del matrimonio y la familia. Parece que el modelo del matrimonio y la familia “normal” haya desaparecido en muchos países. Ambos conceptos son cada vez menos claros y adquieren en la discusión sociopolítica y definición jurídica actual tanto una ampliación como una reducción. Así, el término de “matrimonio” y “familia” se amplía a parejas del mismo sexo; además parecería ser una construcción que ha sobrevivido a la imagen de una familia consistente en un hombre, una mujer e hijos comunes. La excepción de madres o padres solteros se está convirtiendo en un caso normal, tomándose como medida para los cambios jurídicos y sociopolíticos. Se puede tener la impresión de que el fracaso de un matrimonio se está convirtiendo en un caso normal y que un matrimonio feliz es considerado como una excepción (“caso anormal”).

El ideal de una mujer que se dedica a la familia ya sus hijos es considerado como una agresión a su autonomía y autodeterminación, interpretado como una vuelta a la “Edad Media”. El concepto de la discriminación que antiguamente se refería a la violación de la misma dignidad de la mujer, hoy se aplica también a la mujer y madre que se dedica a la familia. Según ello, una mujer que se dedica de lleno a la familia se realiza en modo incompleto, es oprimida, a ella se le impone un rol, puesto que posee el derecho a su independencia personal ya su propia vida profesional.

[El aumento del número de padres o madres que viven y educan solos tiene como consecuencia que el derecho de la educación de los padres, la libre elección del colegio y de la educación está coartado. El Estado asume tareas importantes en el ámbito de la educación que en realidad corresponde a los derechos y deberes originarios de los padres. ]

Debido a esta corriente social, la visión cristiana del matrimonio y la familia tiene una importancia extraordinaria. El alto número de divorcios ha provocado en este ámbito una inseguridad generalizada. La fidelidad y confianza conyugales se convierten en palabras extrañas irónicamente utilizadas. A esto hay que sumar que figuras prominentes habituales de la política, del deporte y la cultura transmiten la impresión de la imposibilidad de un matrimonio fiel y duradero. Aquí están llamados los laicos católicos, que pueden dar a nuestra sociedad un servicio irrenunciable-

3. El derecho a la vida

En la discusión política actual sobre interrogantes éticos están las cuestiones fundamentales del derecho a la vida en el centro del debate. Proyectos de ley, o leyes ya aprobadas en los campos de conflicto conocidos (procreación asistida, aborto, selección gen ética, investigación con embriones y células madre, suicidio, eutanasia) delatan el modelo del hombre que los guía.

El Santo Padre Juan Pablo II, sin duda, puede ser designado como el mayor defensor del derecho a la vida de nuestro tiempo. En innumerables alocuciones y documentos, pero sobre todo en su encíclica “Evangelium Vitae” ( 1995), abogó intrépido por el derecho a la vida. Hay que destacar que en este ámbito se confrontan derechos equivocadamente. ¡EI derecho a la vida no se puede sopesar con nada y nadie lo puede anular! Desgraciadamente, se impone la impresión de que en muchos países, como también a nivel mundial, la Iglesia católica es la única institución que defiende este derecho en su pleno sentido.

Este compromiso adquiere, a raíz de la “cultura de la muerte” que se va extendiendo cada vez más, una máxima prioridad.

IV. Consecuencias

1. El compromiso de los cristianos en la vida pública

Respecto al compromiso de los laicos en la vida pública, Ecclesia in America dice casi en un modo enfático: “América necesita laicos cristianos que puedan asumir responsabilidades directivas en la sociedad. Es urgente formar hombres y mujeres capaces de actuar, según su propia vocación, en la vida pública, orientándola al bien común.” 8

Una condición para esta participación es justamente un amplio conocimiento de la Doctrina social de la Iglesia. En las últimas décadas ha tomado la doctrina de la Iglesia una clara postura en todos los ámbitos y en muchas cuestiones sociopolíticas. Esto nos ofrece la posibilidad de estudiar los correspondientes documentos, ya hacer propias las argumentaciones que las sustentan, y los contextos antropológicos. El Catecismo social, solicitado en Ecclesia in America en el año 1999, ha sido publicado en el año 2004 y nos puede ser muy útil.9

Quisiera anticipar que el compromiso cristiano encuentra hoy en día numerosos obstáculos. En una época de pluralismo y relativismo éticos, la objeción principal contra la postura de la Iglesia es que no es tarea del Estado defender o transformar en leyes el concepto de valores de “grupos particulares”. Además, por parte de la Iglesia se trataría de una injerencia en la soberanía política y jurídica del Estado. El reproche de una “ética particular” cristiana, que no se puede transmitir o llevar a cabo, es uno de los desafíos centrales para los cristianos de nuestro tiempo.

En este contexto quisiera remitirme a la “Nota doctrinal sobre algunas cuestiones relativas al compromiso y la conducta de los católicos en la vida pública” de la Congregación para la Doctrina de la Fe. La reflexión principal de esta nota es que las exigencias éticas fundamentales no son “valores confesionales” o pretensiones particulares, sino que “tales exigencias éticas están radicadas en el ser humano y pertenecen a la ley moral natural.” 10

En este sentido, el Papa Juan Pablo II, en su Carta apostólica Novo Millennio Ineunte (2001), considera esta problemática como uno de los desafíos más grandes de nuestro milenio (n. 51). Es decir, tenemos que proclamar con todas nuestras fuerzas que hay normas éticas razonables que valen para todos en general, que  sacan su validez de la ley moral natural y que por ello no están a disposición de la autoridad estatal.

En consecuencia, nosotros no proponemos una “ética particular” católica, sino que defendemos la existencia de una base razonable y aceptable para creyentes y no creyentes. Al respecto, el Catecismo dice: “La ley natural expresa el sentido moral original que permite al hombre discernir mediante la razón lo que son el bien y el mal, la verdad y la mentirall La ley natural contiene los preceptos primeros y esenciales que rigen la vida moral12 ...La ley natural, presente en el corazón de todo hombre y establecida por la razón, es universal en sus preceptos, y su autoridad se extiende a todos los hombres.

Expresa la dignidad de la persona y determina la base de sus derechos y sus deberes fundamentales”13. Por lo tanto, aquí no se trata de reivindicaciones especiales de la Iglesia o de una injerencia en la soberanía legislativa del Estado, ¡sino de exigencias que tienen una validez universal para todo ser humano!

Respecto a la posibilidad de una ley moral natural, en nuestros días podemos hacer observaciones contradictorias: por un lado, se duda de su existencia, es decir, que pueda ser reconocida (“sospecha ideológica”), por otro, siguen sin embargo remitiéndose implícitamente una y otra vez a ella cuando se trata de superar las grandes catástrofes del siglo pasado (crímenes del nacionalsocialismo, del comunismo y de otros regímenes totalitarios). Una y otra vez hacen la pregunta: ¿Dónde se quedó la resistencia “natural” de los intelectuales, dónde estuvo la “medida interna” de humanidad de la policía, de los jueces, médicos y otros ayudantes? En cuanto a esta “medida interna”, que brota espontáneamente en la conciencia de cada ser humano frente a una injusticia manifiesta, ¡no se trata más que de una expresión de la ley moral natural!

[Tengo la impresión que, frente a la experiencia terrible de inhumanidad, haya crecido la disposición de aceptar una ley moral natural, de aceptar incluso la necesidad de la misma. Los abusos en nombre de la ley en vigor o con el consentimiento de ésta han sido demasiado grandes como para poder poner en duda la necesidad de una ley moral natural que se anteponga a las demás leyes y tenga validez más allá del tiempo. Este cambio del estado de la conciencia da nuevas oportunidades para tender un puente a las exigencias de una ética cristiana.]

Otro problema consiste en la tendencia de apartar las cuestiones éticas de la vida pública y de alejarlas a la esfera privada, declarándolas como una “incumbencia privada”. Quieren limitarse a un “mínimo ético” que valga para lo público, que sólo vaya hasta donde no hagan peligrar la existencia del Estado y la convivencia pacífica de los ciudadanos. Aquí se trata de un desarrollo particularmente funesto. Los frutos de una ética vivida y las consecuencias de una ética no vivida conciernen todos los ámbitos de la vida. La ética vivida de los ciudadanos “sostiene” a la comunidad y le da un rostro humano. La “ética” convertida en ley, no puede ser el resultado de una discusión política, sino que le anteceden valores y principios fundamentales anteriores al Estado que hay que seguir .

Hace falta una palabra valiente en la vida pública por parte de los laicos, que es interpretada como una participación en el magisterio profético de Cristo. Junto a las prioridades ya nombradas, quisiera concluir con el “plus christianum”, que es en definitiva lo determinante-

.2. El testimonio personal de los cristianos (“plus christianum”)

La interpretación cristiana del hombre tiene una verdadera fuerza persuasiva cuando es puesta en práctica con hechos concretos. Los documentos arriba mencionados sobre el apostolado de los laicos acentúan una y otra vez la necesidad de armonizar la doctrina y la vida. Se destaca la necesidad de la “coherencia”, de la “unidad de vida”. ¡Este imperativo vale para todos los bautizados y todos los ámbitos de la vida!

La doctrina de la dignidad del hombre se confirma en el trato con los demás. Es una doctrina dinámica que se debe traducir, aplicar y vivir. La Historia de la Iglesia nos demuestra las múltiples posibilidades de cómo la imagen cristiana del hombre se puede traducir en hechos concretos, con todas sus implicaciones e imperativos. Pensemos en el número de santos del amor al prójimo que supieron reconocer las necesidades de su tiempo, dando una respuesta según el espíritu evangélico ( formación, escuelas, cuidado de enfermos ). Pensemos en tantos santos silenciosos y desconocidos de la vida cotidiana. La asistencia a las personas enfermas y ancianas significó una de las grandes irrupciones históricas del cristianismo hacia lo humano. Allí se demostró concretamente lo que en la práctica significa y provoca la visión cristiana del hombre. ¡EI “obrar” del cristiano creyente precedió a la codificación de los “derechos”! Pero lo que une a todas las realidades es el  hecho de que yo reconozco en el rostro de cada ser humano la dignidad humana que también me ha sido regalada a mí.

[Aún hoy muchos padres quieren enviar a sus hijos a una escuela católica, muchos enfermos y ancianos quieren ser acogidos en una institución católica. En estos colegios, hospitales y residencias reina (reinó) el espíritu de un “más”, de un “plus” católico, un “más” en humanidad, un “más” en atención y cariño. No era necesario que tuvieran instalaciones más modernas, eran centros con un “más” de humanidad, un “más” de cuidados.]

Este “plus” cristiano vive sobre todo de su motivación, es decir, el cristiano quiere estar al servicio de los demás por amor a Jesucristo. ¡Estar al servicio de los demás es su proyecto de vida! En este contexto dice el Papa Juan Pablo II en Ecclesia in Europa (2003): “El reto para la Iglesia en la Europa de hoy consiste, por tanto, en ayudar al hombre contemporáneo a experimentar el amor de Dios Padre y de Cristo en el Espíritu Santo, mediante el testimonio de la caridad, que tiene en sí misma una intrínseca fuerza evangelizadora.” 14

Además, este “más” se hace concreto en un “más” de atención para con las personas en las que nadie se ha fijado y en los ambientes olvidados de nuestra sociedad, en un “más” de valentía y decisión. Nadie está excluido de la asistencia cristiana, sin que importe la raza o la religión. Esta apertura es muy importante, puesto que instituciones benéficas estatales, y también no cristianas, a menudo hacen depender su compromiso de los beneficios de la política exterior o de la economía, es decir, se limitan a los miembros de la propia tribu, raza o religión.

El compromiso cristiano posee fiabilidad y constancia. En la Historia de la Iglesia nos encontramos con una interminable fila de creyentes que han empleado toda su vida al servicio de los demás. Aquí no se trata de acciones espontáneas o de iniciativas estratégicas “ad hoc”, sino de “proyectos” para toda una vida. El compromiso cristiano continúa con perseverancia aunque tenga que ir contracorriente, aun cuando ya no está acompañado por la corriente principal de la sociedad. Este servicio al prójimo se encuentra sobre todo en lo oculto, donde nunca se recibe un reconocimiento por lo que se hace, donde no se está en primera plana de la opinión pública.

Pensemos aquí también en el voluntariado de tantos fieles laicos que ha marcado tantas instituciones eclesiales que han vivido de ello. Ha habido grandes obras que surgieron por iniciativa de un singular fiel laico, que se ha dicho a sí mismo y ha dicho también a los demás: ¡no debemos pasar por alto las necesidades de los demás; en el nombre de Jesucristo debemos hacer algo por este hermano o por esta hermana!

El plus cristiano contiene además una dimensión profética precisamente en los ámbitos del matrimonio y la familia y en las cuestiones de la protección de la vida. El cristiano creyente conoce la responsabilidad adquirida con el sacramento del matrimonio. Sabe que el matrimonio y la familia no son lugares de “parques infantiles” que frecuento hoy porque me “apetece” y mañana no porque ya no tengo “ganas”. El cristiano conoce la dignidad del cónyuge, con quien ha sellado una alianza recíproca; sabe del significado de la fidelidad y la confianza. Con gratitud recuerda los dones, como el de la propia vida que él mismo ha recibido por fidelidad y confianza. Sabe de la importancia de la célula más pequeña de la sociedad. Algunos piensan que el ámbito del matrimonio y la familia se trata de una “tierra perdida” que tarde o temprano hay que abandonar. El creyente en Jesucristo no piensa así. ¡Para él las estadísticas no son leyes naturales! El creyente no se da por vencido, es decir, extrae esperanza, fuerza y valor de la promesa de la asistencia divina y de los buenos ejemplos del pasado, sobre todo en un ámbito que ha sido ordenado y bendecido por el mismo Señor Jesucristo.

Resumiendo: ¡Tenemos ante nosotros grandes desafíos en el siglo XXI [veintiuno]! ¡Hay tanto que hacer precisamente en nuestro tiempo! ¡Construyamos con alegría y esperanza una cultura cristiana en nuestra vida cotidiana personal, en el matrimonio y en la familia, en nuestra profesión, en la vida pública de nuestro país y en el ámbito internacional! ¡Estamos sobre la base sólida e insuperable de nuestra fe y de su imagen del hombre! ¡Demos nosotros mismos testimonio de la realidad de una “humanitas christiana” y de que es posible vivirla en nuestros ámbitos de vida, en nuestra patria y en todo el mundo.

+ Mons. Josef Clemens

Secretario del Consejo Pontificio para los Laicos

Ciudad del Vaticano

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Notas

1 Decreto del Concilio Vaticano II sobre el apostolado de los laicos “Apostolicam actuositatem” (=AA), del 18 de noviembre de 1965, n° 2.

2 Exhortación apostólica postsinodal de Juan Pablo II Cristifide/es Laici (=CL) sobre vocación y misión de los laicos en la Iglesia y en el mundo, del 30 de diciembre de 1988, n.° 37.

3  Cfr. Catecismo de la Iglesia Católica (=CIC), 1992, n.° 1700.

4  CIC n.° 1947

5 CLn.o49.

6 Carta apostólica Mulieris Dignitatem de Juan Pablo II sobre la dignidad y vocación de la mujer con ocasión del Año Mariano, del 15 de agosto de 1988, n° 13.

7 Congregación para la Doctrina de la Fe, Carta a los Obispos de la Iglesia católica sobre la colaboración del hombre y de la mujer en la Iglesia y en el mundo, del 31 de julio de 2004, n° 8.

8 EA n.a 44.

9 Cfr. Pontificio Consejo “Justicia y la Paz”, Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia”, Librería Editrice Vaticana, Ciudad del Vaticano 2004.

10 Congregación para la Doctrina de la Fe, Nota doctrinal sobre algunas cuestiones relativas al compromiso y la conducta de los católicos en la vida pública (de124 de noviembre de 2002), n°5.

11 CIC n.° 1954.

12 CIC n.° 1955.

13 CIC n.° 1956.

14 Exhortación apostólica postsinodal de Juan Pablo II Ecclesia in Europa, 28 de junio de 2003, n°.84.